La compañía tecnológica Scytl, con sede en Barcelona y especializada en el voto electrónico en procesos electorales, presentó el pasado lunes concurso de acreedores en los juzgados de Barcelona después de no haber logrado un acuerdo con la banca, las instituciones públicas y sus proveedores para pagar deudas de al menos 75 millones. La compañía estaba en preconcurso de acreedores desde el pasado mes de diciembre, aunque gracias al estado de alarma tenía más margen . Su crisis no guarda relación con el coronavirus, aunque la gran crisis económica, obviamente, no le ha favorecido en absoluto.

Sabedores de que la supervivencia como sociedad era imposible – factura apenas 22 millones y sus pérdidas devoran año tras año el capital –, los accionistas han tirado la toalla y han pedido al juez la liquidación renunciando a la fase común del concurso, la prevista para intentar aprobar un convenio o plan de pagos. Se pone así punto y final a una trayectoria empresarial de casi 20 años en los que el éxito tecnológico, comercial y operativo – este último, con notables lagunas o tropiezos electorales – nunca se vio acompañado del económico. Entre capital y deuda, Scytl ha quemado alrededor de 250 millones en el periodo.

Una venta exprés

La compañía pide que no haya subasta por los activos después de contactar a unos 80 inversores

La petición de liquidación busca preservar los activos: el conocimiento del sector, la tecnología y una plantilla altamente cualificada. Por eso, asesorada por Cuatrecasas, la empresa ha acompañado la solicitud del concurso de acreedores de una oferta vinculante del fondo oportunista estadounidense Sandton Capital por buena parte del negocio. Según fuentes conocedoras de la situación, esta es la mejor opción después de muchos meses de búsqueda infructuosa de inversores por parte de JB Capital y un banco de inversión americano, además de los accionistas de Scytl comandados por Vulcan Capital, Nauta Capital y Spinnaker.

Ahora, toca esperar al desenlace. El juez del concurso, que ha caído en el juzgado mercantil 6 de Barcelona que dirige Francisco Gil Monzón, deberá valorar si adjudica la unidad productiva de Scytl a Sandton o abre un proceso competitivo para ver si llegan mejores ofertas de otros potenciales inversores una vez que el concurso sea declarado. Hay precedentes de todo tipo, aunque normalmente los jueces intentan siempre explorar todas las posibilidades de vender la unidad productiva al precio más alto, al tiempo que tratan de preservar el mayor número posible de puestos de trabajo.

Posible continuidad

El fondo promete que mantendrá al equipo directivo y a unos 90 trabajadores si realiza la compra

La oferta de Sandton – que ya se hizo en España con la unidad productiva de la empresa de energías renovables Neoelectra en el 2014 que vendió en el 2018 con fuertes plusvalías – es muy baja, casi de derribo, pero promete el mantenimiento de unos 90 puestos de trabajo. El fondo asegura que, si consigue la adjudicación judicial, contará también con la continuidad del equipo directivo encabezado por Silvia Caparrós, según fuentes próximas a Scytl. Los acreedores, entre los que hay entidades públicas como Avança y el CDTI, entre otras, con varias decenas de millones de euros en total, lo perderán prácticamente todo.

El unicornio que no fue

Durante años fue una da las esperanzas del ecosistema emprendedor barcelonés, una de compañía con un fuerte componente tecnológico, capaz de competir de tú a tú con multinacionales del sector como Indra y muchas más, un diamante en bruto. Pero en casi 20 años nadie fue capaz de pulirlo y de sacarle rendimiento a ese valor que se le presuponía y nunca apareció.

Scytl fue fundada en el 2001, justo después del pinchazo de la burbuja de las puntocom, por Andreu Riera y Carles Rovira, que protagonizaron un spin off o segregación de la Universitat de Barcelona. Riera, fallecido en accidente de tráfico en el 2006, fue un investigador pionero en los sistemas de voto electrónico en el mundo, como Rovira. En el 2002, el Grupo Financiero Riva y García tomó una participación significativa en el capital para hacerla crecer. Esa sería la constante en los años siguientes por culpa de las crisis propias o ajenas, como lo fueron también los múltiples premios y reconocimientos por sus desarrollos tecnológicos.

La expansión, de la mano de Pere Vallés, siempre estuvo entre sus objetivos y, paso a paso, llegó a estar presente en cualquier lugar del mundo en el que había una votación electrónica, casi siempre ligada a procesos electorales. En el 2010, ya con Nauta Capital en el accionariado, pagó 10 millones de euros por la empresa estadounidense SOE Software, también especialista en soluciones de gestión electoral. Al año siguiente, Scytl ya facturaba 17 millones de euros y tenía oficinas en Washington, Toronto, Nueva Delhi, Atenas, Kiev y Singapur. Un año después, las ventas llegaron a los 25 millones, con un beneficio bruto de explotación (ebitda) de 8 millones.

Después de facturar 39 millones en el 2013, al año siguiente llegó el gran momento de gloria para Scytl cuando Vulcan Capital, el fondo de Paul Allen, cofundador de Microsoft, inyectó 30 millones de euros en la empresa que fue valorada en esa ronda de financiación de 80 millones a un precio 10 veces superior al del 2010. La plantilla rozaba entonces las 400 personas, con una gran presencia internacional. Se hablaba de una previsión de ventas de 63 millones en el 2014 y de una próxima salida a bolsa de Nueva York en el 2016, cuando se calculaba facturar 120 millones y elevar la plantilla a las 1.500 personas. El Nasdaq esperaba.

Pero la espera fue en vano. Nunca salió a bolsa. En los años siguientes proliferaron las compras de empreas y proyectos fallidos. Se hizo un apagón informativo, con largos retrasos en la presentación de las cuentas. Se abortó la salida a bolsa. Llegaron fondos públicos, como los 3 millones de Avança, dependiente de la Generalitat. En el 2017, la Scytl actual perdió buena parte del negocio al segregar la división de hardware y una filial de participación ciudadana creada con Telefónica años atrás. Su tamaño menguó considerablemente, pero no el de sus deudas, que ya superaban los 60 millones.

Luego llegarían los cambios en la dirección, los intentos desesperados por cuadrar los números, una misión imposible ante el declive en las ventas y el pago de las facturas por los gastos corrientes y por el servicio de la deuda. La apelación al dinero ajeno dejó de funcionar. Scytl ha logrado estar presente en múltiples procesos electorales, pero sus cuentas nunca cuadraron. Ahora, sin deuda, puede soñar con un nuevo futuro cuando el juez del concurso traspase el negocio o Sandton o al mejor postor.

Por Lalo Agustina / La Vanguardia

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