El fondo Cheyne Capital, que ya era uno de los accionistas de referencia y prestamista principal de Lacrem, se ha hecho con el 97,5% del fabricante de helados que hasta ahora estaba en manos de otro fondo, Black Toro Capital, y de la familia Farga, la fundadora del grupo. Esta familia se queda ahora con apenas el 2,5% de las acciones y un puesto en el consejo de administración, aunque el acuerdo establece que está abierta la opción de subir su participación en el futuro en función del cumplimiento de determinadas ratios de resultados por parte de Lacrem.

Además, los Farga han recuperado el control absoluto del negocio de restauración, formado por una cadena de 20 cafeterías y heladerías propias –que facturan unos 25 millones anuales– y otros 25 establecimientos franquiciados. Las marcas de unos y otros son Farga y Farggi 57, respectivamente. “Somos gente innovadora, con muchas ideas y estamos encantados del acuerdo al que hemos llegado con Cheyne: ellos potenciarán Lacrem y nosotros nos dedicaremos a hacer crecer nuestra red”, dijo ayer Eduard Farga.

La operación se activó a principios de año porque Lacrem necesitaba dinero. El alto endeudamiento del grupo, nacido hace solo tres años por la integración de Farggi y La Menorquina con la aportación de 40 millones de Black Toro, hacía necesario capitalizar el grupo, que no había crecido todo lo esperado para compensar con sus beneficios los elevados costes de la integración. Pese a las mejoras logradas año tras año, lo logrado no bastaba.

La solución estaba en casa. Solo un año atrás, en marzo del 2019, Lacrem acudió a Cheyne Capital, un fondo de deuda, para lograr financiación. El fondo compró los créditos de buena parte de la banca con un descuento importante y aportó nuevos recursos en dos fases para apuntalar las necesidades de circulante de la empresa con sendos préstamos participativos. Ahora, estos préstamos se han capitalizado, con lo que se ha mejorado notablemente un balance que había acusado las fuertes pérdidas de años anteriores. La nueva Lacrem nace, además, sin apenas deuda y con todas las posibilidades de crecer y recuperar el esplendor de antaño.

Esa es la idea de Cheyne con Lacrem, que parte con unas ventas de unos 80 millones y tiene una gran capacidad de crecimiento. “Nuestra marca está muy reconocida, cuenta con una calidad fantástica y pensamos que en dos o tres años podemos ganar bastante cuota de mercado”, afirman en la compañía. Lacrem combina la producción de la marca propia, Farggi, con la que elabora para las cadenas de distribución. El punto fuerte de la empresa, sin embargo, es su red capilar de ventas, con catorce delegaciones repartidas por toda España, lo que le permite tener una buena presencia en la restauración, donde sirve a unos 15.000 clientes, muchos de los cuales son pequeños bares y restaurantes.

Con el balance saneado, el foco ya no estará sobre el estado de las finanzas, sino sobre la gestión de las operaciones. Y esto es mucho, sobre todo en los tiempos actuales. Lacrem ha sufrido las consecuencias del cierre de la economía, pero ahora saca pecho gracias a la operación que acaba de cerrar. El nuevo plan estratégico, que llega hasta el 2024, apuesta por avanzar en los nuevos canales, como los grandes grupos de restauración. “Se trata de muchas acciones que van en una misma dirección: poner en valor los activos de Lacrem, que tienen un potencial extraordinarios”, comentan las mismas fuentes. La compañía, con fábrica en Palau de Plegamans, tiene cerca de 500 trabajadores.

Por Lalo Agustina / La Vanguardia

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